5 de septiembre de 2007

Para ti

Porque de un modo u otro, sabías que algún día se me iban a escapar los pensamientos y me iba a sentir con ganas de escribirte algo.

Y aquí lo tienes, sin rodeos ni vueltas locas, de esas que me gusta dar cuando converso o cuando escribo para aclarar el punto del que se conversa o expone en el texto. La simple verdad, aunque tú y yo sepamos que la verdad es cualquier cosa menos simple; es la forma en la que comúnmente es referida en los momentos en que los personajes pertenecientes a las obras de ficción deciden dejar de mentirle a sus pares y optan por la sinceridad, creando de ese modo el desenlace o el clímax de la historia narrada o mostrada, si es que una pantalla o un telón funcionan como el soporte material de lo que observas.

Me tomó tiempo, debo reconocerlo, pero no me puedes negar que las cosas que se demoran tienen mejor sabor o que, al menos, te dan la sensación de tenerlo sólo por el hecho de haber esperado. Aunque esa idea es totalmente negable si piensas en una cola para pagar una cuenta, aunque yo puedo decirte que si lo que sientes luego de pagar no es alivio, entonces formaste parte de esa fila de personas en vano y pudiste haber esperado un día en el que no hubiese tanta gente esperando.

Pero ya sin más, y a riesgo de parecer escueto y resumido, te comunico o informo, a pesar de lo feas que son esas palabras cuando lo que se quiere comunicar es algo tan sublime y tan propio del carácter humano que fácilmente se deja llevar por sus sentimientos y su emociones, que hace ya un tiempo que no puedo definir con palabras frías o números insensibles, me encuentro pensando en todo aquello que pasamos juntos alguna vez y que aquellos recuerdos, a veces inconexos, ahogan mis intenciones inocentes e infantiles de terminar con un día de trabajo sentado frente al frío e inconsistente resplandor de una fuente de luz y colores que tiene la particularidad de responder y transformar sus emisiones a mi voluntad.

No es fácil expresar ideas y mucho menos sensaciones cuando tu objetivo es ser certero en una opinión o reveladora e hiriente pero esperada verdad, sobre todo cuando vives presa del temor empequeñecedor y agobiante que te presiona a ser breve o tremendamente sucinto.

Pero, por favor, no dejes que estas pocas palabras influyan en tus pensamientos sobre mi persona y todos aquellos melancólicamente dulces recuerdos que guardas sobre mi enorme, sin ser aplastante, capacidad de decirte las cosas más sencillas con toda pureza y candor, mientras que lo complejo y críptico te lo revelaba con calma y frialdad, a riesgo de parecer indiferente o despreocupado, pero con la finalidad de lograr en nosotros la unión mental y la creación de aquella casi desconocida y casi olvidada costumbre de la antigüedad que recibe el vanal nombre de conversación.

Estamos separados, lejos de nosotros mismos y lejos uno del otro, lejos de la memoria, aunque dentro de nuestros recuerdos. Recuerdos que se despiertan con una imagen sencilla, a veces con una descuidada lectura despreocupada y somera. Me siento sitiado por espacios comunes, trastornado, trastocado, pero inmune a los embates de la memoria frágil y poderosa, sutil, mas desoladoramente cruel.

Lamento en verdad no haber podido expresarme libremente, lamento que la brevedad de mis palabras sea tal y me reprocho por la poca valentía imbuída en mi por el tiempo, pero cuando se quiere ser sincero, cuando se necesita ser claro y cuando lo único que deseamos es ser comprendidos, es entonces cuando se convierte, no es una necesidad, sino en un deber, el hacer uso de toda nuestra capacidad emocional y mental, para, no eliminar, pero al menos mantener alejados los pensamientos y las sensaciones que le dan un tono rojizo negruzco a nuestras ideas, y lograr, de ese modo, liberar a aquella idea, a aquella pequeña parte de nosotros que debemos, porque así lo dicta el corazón, entregar.

Necesitaba hacerlo. El tiempo, aquel desmesurado por inconmensurable compañero de nuestras horas solitarias, me pedía a gritos, cuyo sonido siempre fue parecido a aquel producido por los engranajes de un reloj al marcar los inútiles segundos encerrados tras un cristal, que vaciara mis pesares y mis humores, mis anhelos y mis frustraciones, en fin, que me dejara llevar por las sensaciones, pero que conservara mi cordura y mis riquezas, para poder así, finalmente, balbucear, más bien susurrar en mi univeros de universos, todo aquello que ya, presa de de las palabras encasilladoras y poco acertivas, terminaste de leer.