El tiempo es un tema recurrente en mi blog, en mis pensamientos, en mis discusiones y en mis historias. La manipulación del tiempo, no con máquinzas o aparatos complejos, sino mediante su uso, es algo que me maravilla y me fascina.
Esa capacidad humana de perderse en el tiempo, dejándolo pasar como un río al que no se le puede detener, o al que detenemos en búsquedas inútiles de aquello que debe correr y es indetenible: el tiempo mismo.
Lo manipulamos a nuestro antojo: calendarios y relojes hay hace mucho tiempo, valga la redundancia. Nuestra forma de entenderlo es variable y podemos perderlo o ganarlo al mismo tiempo (si, haré uso de la palabra muy a tu pesar), controlarlo, en tanto controlamos a otros, o perderlo, en tanto que otros nos lo hacen perder.
Pero el tiempo no puede perderse, al menos no de la forma usual: en la que no sepas dónde está o a dónde se fue (sé que eso se usa mucho), ya que no es algo que pueda físicamete perderse; esa "pérdida" en realidad debe de entederse más como un desperdicio, un "mal" uso del tiempo del que se dispone, que siendo mal usado, pues está perdido, porque ya no se puede usar nuevamente.
Tampoco puede ganarse, aunque también se usa mucho esa idea; el tiempo es una magnitud física usada para medir la duración de los acontecimientos, nada más.
Pero podemos darle calidad: buen o mal tiempo (no referido al clima); podemos darle medida: largo o corto (normalmente esto depende del punto espacio-temporal de referencia; a veces un par de minutos es una eternidad y a veces un eternidad es apenas un par de minutos); podemos darle nombre: lunes, marzo; a eso me refiero con que lo manipulamos.
Hacemos con el tiempo lo que se nos antoja, en tanto que el tiempo nos lo permite.
Y no, que Anita lave la tina no tiene nada que ver con el texto. Eso es algo que hacía antes.
¿Antes de qué?
¿No es simplemente hermoso como el presente en el que lees, no puede ni jamás será el presente en el que escribí?
Esa es, según yo, la manipulación temporal más hermosa de todas.
La escritura.
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